EL JARDÍN DEL EDÉN. Extraños en el Paraíso

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En la mayor parte de las ciudades y pueblos existen espacios verdes -parques y jardines- que la iniciativa municipal cuida y mejora. Con el paso ligero que lo cotidiano impone los cruzamos deprisa, a veces con miedo, sin detenernos a observar. Nos cuesta prestar atención a sitio alguno que no gravite alrededor de nuestro propio ombligo. Pero es allí, entre árboles centenarios de estudiado pedigrí, fuentes cantarinas, escuálidas palomas y padres que se afanan por entretener la corta edad de sus hijos en donde encontramos, apartados y olvidados, a los nuevos moradores del Jardín.

Sin los privilegios de las aves migratorias que como ciudadanas del mundo vuelan libres y pueden cruzar los mares hasta llegar a una tierra que les permita completar su ciclo vital, nuestros inmigrantes, porque son nuestros pese a quién pese, han llegado hasta aquí -al menos muchos de ellos-, después de la insoportable espera que les ha llevado a exponer su vida, en un intento suicida por superar la terrible prueba que la corrupta política de sus países de origen y las trabas burocráticas de los que no sabemos qué hacer con ellos les hemos impuesto.

Tras llegar con vida y sortear los posibles controles por parte de los que aguardan en la puerta se empeñan en conquistar el Edén, ese paraíso del que tanto han oído hablar pero que nunca han visto. En él, las fuentes son manantiales de oro y los estanques se cubren con un grueso manto de fría plata. Aunque la tarea es difícil, de su esfuerzo depende la propia vida y la de los suyos, que con expectación y desasosiego esperan al otro lado.

A pesar de la lucha sobrecogedora y diaria por merecer el paraíso, éste se niega a bendecir con sus bienes a quienes son considerados como meros intrusos, sin mas derecho, que el de recoger el maná que cae descuidadamente de los abultados bolsillos de quienes nos consideramos sus legítimos herederos, de los que hemos amueblado el paraíso propio expoliando el de los demás.

Cansados y rotos, pero todavía con la ilusión y esperanza de los que ya nada esperan, encontramos a éstos guerreros de lo imposible en la parte mas sombría de nuestros jardines, en el rincón menos accesible, allí en donde nuestra inquisidora mirada no pueda herirles.

Sólo confían su terrible secreto a los que en arriesgados vericuetos y sin miedo se acercan a ese trozo del paraíso que se les ha permitido ocupar y en donde son los amos. «Gente no sabe nada, ahora tú sabes todo» dice el más altivo mientras con su mirada vidriosa e implorante te atraviesa el corazón.

Te despides de ellos y caminas dándole la espalda, con el paso lento del que quiere huir sin hacerse notar. Impotente, pero ya en tu casa, te dejas llevar por la indolencia que nos procura el bienestar de nuestra sociedad, piensas que todo han sido sueño, un mal sueño, que tú nunca estuviste en ese rincón olvidado del Jardín.

Sin embargo, los más pobres de los pobres, los inmigrantes sin papeles, sin dinero, sin familia, sin amigos, con el cielo como único techo protector permanecen al margen de nuestras vidas y ajenos a nuestra solidaridad de salón.

Benito Vaquero.

[versión francesa] por Margarita Chamorro