¿Qué debería mover a los investigador@s a encontrar remedios para las enfermedades? ¿el prestigio personal? ¿el enriquecimiento de la empresa que los patrocina? ¿el noble intento de conseguir una vida mejor para quienes sufren estas enfermedades?. Seguro que la mayoría de las personas que aún creemos en las utopías pensamos que la respuesta correcta es la tercera, pero la realidad parece negar que esto sea así.
Un ejemplo lo tenemos en esta noticia donde nos cuentan que millones de personas están condenadas a la ceguera por culpa de las patentes.
Una patente, según la wikipedia, es:
un conjunto de derechos exclusivos garantizados por un gobierno o autoridad al inventor de un nuevo producto (material o inmaterial) susceptible de ser explotado industrialmente para el bien del solicitante de dicha invención (como representante por ejemplo) por un espacio limitado de tiempo (generalmente 20 años desde la fecha de solicitud).
O sea, que quien inventa algo, si lo patenta tiene derecho a explotar ese invento para su lucro personal e impedir a otros la fabricación de los productos que de ahí se deriven sin su consentimiento. No vamos a entrar a debatir en esta ocasión acerca de la ética de las patentes y de las consecuencias y contradicciones en las que se caen al tratar la propiedad intelectual como una propiedad tangible. Pero seguro que estamos de acuerdo en que cuando las patentes impidan que se salven vidas, que se mejore la calidad de vida de las personas, que disminuya el sufrimiento de quien padece enfermedades habría que hacer una excepción y anteponer esos derechos «humanos» a los derechos «comerciales» de los creadores de las patentes.
A esa conclusión se llegó en la Declaración de Doha (año 2001) donde los líderes mundiales acordaron que hay que anteponer la salud de las personas a los beneficios económicos. Ya hablamos de este asunto en otra ocasión en este blog.
Sin embargo hoy, después de seis años, muchísima gente sigue sufriendo por no poder acceder a los medicamentos genéricos por culpa de la presión de las grandes industrias farmaceúticas, que argumentan que estas medidas eliminarían los incentivos a la investigación.
Para concluir algunos datos:
- La ceguera es evitable en el 75% de los casos, pero la falta de acceso a medicamentos genéricos condena a la misma a 30 millones de personas.
- Sólo 21 de las 1.556 nuevas sustancias comercializadas entre 1975 y 2004 iban dirigidas al tratamiento de enfermedades exclusivas de los países pobres.
- El 90% de las ventas de estas compañías se concentran en Norteamérica, la Unión Europea y Japón.
- Amparándose en la defensa de su propiedad intelectual las farmacéuticas Genetech y Novartis quieren impedir la comercialización del tratamiento genérico contra la degeneración macular, una enfermedad de la visión asociada al envejecimiento. De prosperar su iniciativa el coste del tratamiento pasará de 160 euros por persona y año a 23.000.
Más información en el documento «Visión de negocio: Por qué las reglas de propiedad intelectual impiden curar la ceguera en los países pobres» elaborado por Oxfam y Visión Mundi.
Rafael del Castillo
Hay algo que o entiendo. Si el alto coste del medicamento hace que no pueda ser comprado en el 3º Mundo, ¿qué les importa a las multinacionales farmacéuticas que otros los fabriquen y vendan? No le quitan mercado, pues de todas formas ellas no podrían venderlo allí. ¿No será que gente que sí podría pagar el precio fijado por la farmacéutica, en el 1º mundo, se aprovecha de los genéricos (que utilizan lo descubierto por aquélla gracias a fuertes inversiones) para obtenerlo mucho más barato? Nótesé que este problema sólo puede surgir para enfermedades que sean simultáneamente del mundo desarrollado y del subdesarrollado. Si fuesen sólo de este último, no tendría sentido el esperar grandes ganancias manteniendo altos precios, pues la mercancía se quedaría sin vender. Con lo cual hay que inventar una fórmula que permita al 3º Mundo beneficiarse de los adelantos científicos médicos a un precio asequible y por otro lado permita a las industrias farmacéuticas recuperar lo invertido cobrando caro a quien puede permitirse pagar. Y ello podría ser bien con un acuerdo médico mundial (donde los países se comprometan a sufragar los gastos de tal compra a la industria) o bien obligando a las empresas de investigación a que, a cambio del trozo de pastel que obtienen vendiendo caro, distribuyan barato o incluso gratis en determinadas zonas geográficas (de hecho, Novartis distribuye gratis el 99% de lo que coloca en India). Pero permitir que quien hace el esfuerzo investigador se quede sin ganancias porque enseguida otros que no han realizado tal gasto vendan el medicamento más barato es realmente desincentivador, y traería como consecuencia la paralización de la investigación (y, consecuentemente, la ausencia de medicamentos eficaces contra las enfermedades).
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